Ella vivió para volar
Mónica Bonilla terminó el bachillerato y no descansó hasta convencer a su madre para apoyarla en sus estudios de aviación. Inició su carrera en la Escuela de Aviación Civil de Instrucción Reconocida (Cefoa), ya desaparecida, y continuó sus estudios en la que consideraba su “segunda casa”, el Círculo Aéreo Guatemalteco: lugar donde dejó gran parte de su tiempo y energía; a donde asistía para compartir su vicio por volar, escuchar el ruido de los aviones y donde celebró, el 21 de mayo, su último cumpleaños.
La inquieta Mona siempre quiso volar. Desde pequeña, su paseo favorito era ir al aeropuerto para ver el aterrizaje de los aviones. En la escuela siempre la consideraron una agitadora e investigadora de todo aquello para lo que necesitaba un porqué. Para cumpleaños y navidades nunca quiso muñecas o trastecitos; siempre prefirió los juegos extremos y dinámicos, aprendió a manejar automóvil a los 12 años con varias almohadas en el sillón para alcanzar el volante, y a los 15 pidió de regalo una moto acuática.
Detestaba los bolsos de mano y pocas veces lució un vestido. Sin embargo, se esmeraba en su aspecto personal y portaba su uniforme con orgullo. Cuando regresaba a casa era recibida por sus dos perros, uno de ellos llamado Skid como se le denomina a una pieza de avión.
Su bitácora registró 2 mil 250 horas de vuelo y una amplia experiencia y preparación en toda clases de aviones. Contaba con varias licencias comerciales y privadas de avión y helicóptero, sumó certificaciones oficiales de estudios y entrenamientos específicos. Su reto más próximo era viajar a Estados Unidos para obtener otra licencia profesional.
Luego de terminar sus estudios de aviación, empezó a trabajar en varias empresas que prestan servicios de ambulancia y taxis aéreos. Durante varios años tuvo una empresa propia (en sociedad) donde realizaba viajes privados. Posteriormente, luego de cerrar esta empresa, ingresó a Aéreo Ruta Maya, donde trabajó durante más de dos años especializándose en la conducción del Grand Caravan que piloteó hasta el último día de su vida. Su ilusión era ser capitán del Pilatus PC-12, un moderno avión que puede volar hasta 30 mil pies de altura, por arriba del mal clima y permite viajes más rápidos. El 24 de agosto, poco tiempo después de que la torre de control recibiera la notificación de Mónica y su aviso de que intentaría un aterrizaje de emergencia, el avión desapareció del radar. Los medios de comunicación informaron de lo sucedido después: un avión cayó en Cabañas, Zacapa, y terminó con la vida de diez personas (seis extranjeros y cuatro guatemaltecos) donde Mónica falleció de forma instantánea a consecuencia de politraumatismo.
Quienes la escucharon por última vez comentan haberla notado serena y tranquila, profesional. Su madre recuerda varias conversaciones donde Mónica le decía que cuando se le presentara una emergencia, agotaría todo su conocimiento y experiencia para evitar un desastre. “Yo no me voy a acobardar”, decía.
“Mónica tenía gran destreza para realizar su trabajo”, dice su amigo y colega Otto Monzón. Por eso nadie duda de que hiciera todo lo que estuvo en sus manos para evitar el percance. Sin embargo, “en la aviación hay procedimientos que no se pueden romper y cada emergencia es distinta y requiere un modo distinto de operar”, afirma Monzón.
Mona parecía estresada el día que no volaba. Sus padres se volvieron expertos en aviación por la pasión de su hija, e incluso la señora que se encarga de los oficios domésticos de su casa sabía del tema. Fue de las pocas mujeres que estudió este oficio en su época y procuraba esconder las noticias que hablaban de accidentes aéreos para no preocupar a su madre, quien varias veces le pidió que renunciara a su carrera y a lo que ella siempre respondió: “Pedime lo que sea: menos eso. Dejar mi carrera, nunca”. Y así fue. Mónica realizó su último viaje en medio del despejado cielo matutino del 24 de agosto. Su pasión por la aviación siempre fue más fuerte que la aparente rutina laboral y esa mañana disfrutó, una vez más, la belleza del paisaje que por muchos años disfrutó: la ciudad vista desde las alturas. Reportaje de Maria Rosario Sandoval. El Periódico Guatemala. (http://www.elperiodico.com.gt/es/20080907/domingo/69345/)
La inquieta Mona siempre quiso volar. Desde pequeña, su paseo favorito era ir al aeropuerto para ver el aterrizaje de los aviones. En la escuela siempre la consideraron una agitadora e investigadora de todo aquello para lo que necesitaba un porqué. Para cumpleaños y navidades nunca quiso muñecas o trastecitos; siempre prefirió los juegos extremos y dinámicos, aprendió a manejar automóvil a los 12 años con varias almohadas en el sillón para alcanzar el volante, y a los 15 pidió de regalo una moto acuática.
Detestaba los bolsos de mano y pocas veces lució un vestido. Sin embargo, se esmeraba en su aspecto personal y portaba su uniforme con orgullo. Cuando regresaba a casa era recibida por sus dos perros, uno de ellos llamado Skid como se le denomina a una pieza de avión.
Su bitácora registró 2 mil 250 horas de vuelo y una amplia experiencia y preparación en toda clases de aviones. Contaba con varias licencias comerciales y privadas de avión y helicóptero, sumó certificaciones oficiales de estudios y entrenamientos específicos. Su reto más próximo era viajar a Estados Unidos para obtener otra licencia profesional.
Luego de terminar sus estudios de aviación, empezó a trabajar en varias empresas que prestan servicios de ambulancia y taxis aéreos. Durante varios años tuvo una empresa propia (en sociedad) donde realizaba viajes privados. Posteriormente, luego de cerrar esta empresa, ingresó a Aéreo Ruta Maya, donde trabajó durante más de dos años especializándose en la conducción del Grand Caravan que piloteó hasta el último día de su vida. Su ilusión era ser capitán del Pilatus PC-12, un moderno avión que puede volar hasta 30 mil pies de altura, por arriba del mal clima y permite viajes más rápidos. El 24 de agosto, poco tiempo después de que la torre de control recibiera la notificación de Mónica y su aviso de que intentaría un aterrizaje de emergencia, el avión desapareció del radar. Los medios de comunicación informaron de lo sucedido después: un avión cayó en Cabañas, Zacapa, y terminó con la vida de diez personas (seis extranjeros y cuatro guatemaltecos) donde Mónica falleció de forma instantánea a consecuencia de politraumatismo.
Quienes la escucharon por última vez comentan haberla notado serena y tranquila, profesional. Su madre recuerda varias conversaciones donde Mónica le decía que cuando se le presentara una emergencia, agotaría todo su conocimiento y experiencia para evitar un desastre. “Yo no me voy a acobardar”, decía.
“Mónica tenía gran destreza para realizar su trabajo”, dice su amigo y colega Otto Monzón. Por eso nadie duda de que hiciera todo lo que estuvo en sus manos para evitar el percance. Sin embargo, “en la aviación hay procedimientos que no se pueden romper y cada emergencia es distinta y requiere un modo distinto de operar”, afirma Monzón.
Mona parecía estresada el día que no volaba. Sus padres se volvieron expertos en aviación por la pasión de su hija, e incluso la señora que se encarga de los oficios domésticos de su casa sabía del tema. Fue de las pocas mujeres que estudió este oficio en su época y procuraba esconder las noticias que hablaban de accidentes aéreos para no preocupar a su madre, quien varias veces le pidió que renunciara a su carrera y a lo que ella siempre respondió: “Pedime lo que sea: menos eso. Dejar mi carrera, nunca”. Y así fue. Mónica realizó su último viaje en medio del despejado cielo matutino del 24 de agosto. Su pasión por la aviación siempre fue más fuerte que la aparente rutina laboral y esa mañana disfrutó, una vez más, la belleza del paisaje que por muchos años disfrutó: la ciudad vista desde las alturas. Reportaje de Maria Rosario Sandoval. El Periódico Guatemala. (http://www.elperiodico.com.gt/es/20080907/domingo/69345/)